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EL PRESTIGIOSO PORTAL BLUSCANSENDEL RETRACTO LA OBRA DE JUAN CARLOS ORTEGA



Redacción Redacción

No sólo de la gastronomía y la naturaleza disfrutamos durante el último viaje a la Villa de Merlo; también pudimos interiorizarnos sobre el arte y la cultura local. Conocimos a Juan Carlos Ortega, un referente de la sociedad merlina, con quien charlamos sobre su obra escultórica y sobre su labor de rescate del pasado serrano.


Juan Carlos Ortega es escultor. Y poeta. Su taller, que también es sala de exhibición y museo, está ubicado sobre la Ruta1, a pocos metros de la rotonda de ingreso a la ciudad. Es muy fácil reconocerlo. Además del cartel que lo anuncia -con la figura de un enorme pájaro carpintero de madera adosado a un costado-, y del tótem tallado con figuras mitológicas erigido en el frente, el taller es fácil de reconocer porque su fachada recrea, con adoquines, la torre de un castillo.



Llegamos cerca del mediodía. Ortega nos recibe y da la bienvenida en la sala de exhibición. Allí, de a poco, comenzamos una charla que con el correr de los minutos se irá haciendo más distendida y afable –incluso confidencial- al punto de terminar con la lectura, en su propia voz, de un poema inédito de su autoría.

A medida que deambulamos entre las esculturas y otros objetos dispersos por la enorme sale, Ortega nos va contando sobre su trabajo y su vida. Comparte con nosotros sus recuerdos y anécdotas de su juventud y nos va introduciendo en la vida de antaño, en los orígenes de Villa de Merlo. Nos habla de la vida serrana con fascinación y nostalgia.

Cada tanto, mientras charlamos, la luz de un flash nos baña y estalla sobre las esculturas lustrosas, extremadamente suaves al tacto. Ante una pregunta, el escultor nos explica que cada obra respeta el color natural de la madera. Y como para que nos quede claro su pensamiento, mientras pasa con delicadeza su mano sobre una escultura, afirma: “es un sacrilegio pintar la madera”.



Nos enteramos que Ortega es hijo de un trabajador de la construcción que llegó a Villa de Merlo en la década de 1940 para trabajar en la creación del barrio Pellegrini, el primer barrio “cerrado” de la villa. Él mismo ayudó a su padre en esos trabajos y realizó otros en el mismo barrio y otras edificaciones posteriores. Tiempo después, ya consagrado como escultor, Ortega realizó trabajos en distintas residencias e iglesias y capillas de la zona y de otras ciudades.

En la sala de exhibición vemos una gran cantidad obras y otros objetos y adornos de madera. Algunas esculturas son colosales. A medida que vamos conociendo su trabajo descubrimos que éste sigue varias líneas temáticas. Hay series de esculturas dedicadas a la obra de su amigo Atahualpa Yupanqui; están las que realizó para el Bicentenario de la República Argentina; o la que busca generar conciencia sobre la violencia de género y la trata de personas, entre otras series históricas dedicadas a mitos y simbologías de toda América.



Luego de visitar la sala pasamos al taller y enseguida al museo. Aquí Ortega exhibe una gran colección de antiguas herramientas utilizadas en su oficio y varias piezas dedicadas a las culturas originarias del continente americano. También, vemos una curiosa colección de parásitos y “enfermedades” de la madera algunas en fotografías y otras colgadas de las paredes (en realidad, vemos cómo queda la madera luego sufrir esos ataques biológicos). Y mientras observo la colección de “nudos” y deformaciones, no puedo dejar de pensar que, tal vez, Ortega vea a los parásitos como colegas, como diminutos trabajadores de la madera que también tienen derecho a exponer sus obras en el museo.



Completan las piezas del museo una serie de obras con motivos particulares y dispersos, que guardan alguna anécdota personal o tienen un valor emocional para el artista, como la escultura dedicada a Atahualpa Yupanqui.

Ortega nos habla de “Don Ata” con un tono mezcla de nostalgia y alegría. Una de las piezas que le dedicó tiene forma de media luna. De una cara vemos el rostro de Atahualpa y, al girarla, el de la luna. El astro es un personaje siempre presente en las canciones de Atahualpa: “Don Ata tenía una relación muy especial con la luna, hablaba con ella, podía comunicarse con ella”, dijo Ortega.




Otro de los objetos que se exhiben en el museo es un trozo de durmiente de ferrocarril que tiene clavos incrustados y se llama: “puñales en la carne del quebracho”. A partir de esta obra, y apoyado por un libro de antiguas fotografías (“comprarlo casi me cuesta el divorcio”), Ortega nos va contando la historia de la llegada del ferrocarril a la zona y cómo, desde aquel momento, se aceleró la extinción de los bosques nativos de algarrobo -principal madera utilizada en sus obras- y la deforestación en las sierras con efectos negativos que llegan hasta la actualidad.

Hablar con Ortega es adentrarse en el pasado. Su voz, grave y pausada, tranquila, delata al gran contador de historias de los asados largos. Personajes y anécdotas surgen a borbotones entre las frases.


 


fuente blucansendel.com.ar




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